domingo, 8 de enero de 2012

Uruguay, pequeña ciudad al este de mi Buenos Aires

Y me animé a cruzar el charco por primera vez. Muchos miedos que tuve que enfrentar, a mí misma, a mis viejos, una tormenta de emociones y expectativas se apoderaron de mi ser.

¿Experiencias, reflexiones, nuevas perspectivas de mundo? Es eso lo que intentaré volcar en estos días de Enero. Todo pero todo lo que me dio este viaje que realicé a la República Oriental del Uruguay.

Hoy, no voy a ponerme en el papel de cronista, simplemente quería recalcar el hecho de vivir -una cosa a la vez-. En el hostel donde estaba sentía eso.

Un poco de la rutina diaria era despertarme, cambiarme e ir a desayunar. Servirme las tostadas, el te, y comer una naranja. Sentarme en una mesa. Ponerle el saquito al te, esperar a que el agua tome color. Sacar el saquito de te. Tomar el azúcar, incorporarlo en la taza, revolver. Tomar una tostada, untarle un poco de manteca, y después agregarle dulce de higos. Y finalmente la naranja. No se porque me llaman la atención las naranjas. Las tomaba, las cortaba en forma tipo cuña y las iba comiendo de a gajitos. Era la primer conexión con la naturaleza que tenía en el día. Con lo jugoso, con lo pegajoso que te deja en las manos, el perfume, combinación dulce y ácida. 

Y después de disfrutar de los manjares, arrancaba la mañana. Con todas las actividades que me surgían:  recorridas por la ciudad, caminatas, charlas con la gente.

Ese simple hecho de desayunar. De arrancar la mañana y centrarme en algo tan simple. Darle un lugar y concentrarme solo en eso. Cosa que en mi vida diaria lo hago, pero a las apuradas.

Y me pongo a pensar en las miles de cosas que hago en el día por hacer y quizás no las disfruto tanto. se me pasan por la cabeza cuando tengo tiempo para mí, a veces quiero hacer todo y hago todo, pero no disfruto, no me centro en el ahora.

Vivir una cosa por vez, disfrutar, no adelantarse al futuro, porque a la larga el futuro, llega solo.



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